29 mayo 2006

El valor de juzgar y comprender


Cuando veas a un hombre bueno, imítalo. Cuando veas a un hombre malo, examina tu corazón. Esta máxima es de Confucio, tiene por lo tanto dos mil quinientos años, y sigue siendo igual de sabia y de necesaria hoy que hace veinticinco siglos. Es una invitación a la comprensión y una llamada contra el enjuiciamiento. Si comprendiéramos más y juzgáramos menos nos iría mejor en nuestras vidas. Y si el precepto fuera aplicado a la psicología social, el mundo sería un lugar más amable donde no haría falta "la alianza de las civilizaciones".

Quinientos años después de Confucio, Jesús de Nazaret se puso junto a una mujer a la que iban a lapidar y dijo a la masa exaltada: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Confucio y Jesús proponen lo mismo, que guardemos el dedo acusador y nos miremos por dentro.

Se ve que no hemos cambiado mucho en estos veinte siglos. Incluso seguimos lapidando a mujeres, en algunos lugares literalmente y en otros de manera más sofisticada. Y en nuestra vida cotidiana, en la tuya y en la mía, ¿cuántos juicios enunciamos al día? sobre ese compañero de trabajo, sobre la vecina del quinto o sobre la novia de nuestro hijo. Todos llevamos dentro un juez implacable que emite sentencias inapelables. Enjuiciar se nos da muy bien, pero comprender es más difícil y se nos da fatal.

Para comprender hay que ver con los ojos del otro, ponernos en su lugar para mirar desde allí. La comprensión nos hace más tolerantes porque nos damos cuenta que nosotros mismos podríamos tener los mismos defectos que detectamos en los demás o haber cometido los mismos errores si hubiésemos vivido idénticas circunstancias. Si somos humanos, nada, absolutamente nada de lo humano nos es ajeno.