16 enero 2007

Subir y Bajar ...


Comparemos hoy la vida, como hacía Schopenhauer, con subir y bajar una montaña.

En la primera parte, hasta los 40 años, estaríamos subiendo la montaña. Cuando iniciamos el ascenso suele ser por la mañana temprano, amanece y todo es tan reciente que parece nuevo. En el aire hay frescura y en nuestros músculos tanta fuerza y vigor que casi nos sentimos ingrávidos. Aunque estamos en la falda de la montaña, muy lejos de la cumbre, no dudamos que la alcanzaremos porque nos sentimos capaces. Nuestra mirada se fija con frecuencia en aquel punto, que es nuestra meta. La fuerza de nuestra juventud nos hace subir con soltura, miramos siempre hacia delante y no conocemos el vértigo del existir. Llegamos arriba a medio día, cuando el sol está en su cenit. El paisaje es imponente, lo admiramos mientras descansamos del esfuerzo. Si el día es soleado y no hace mucho viento sentimos el deseo de quedarnos para siempre allí, como águilas en la cumbre. Pero sabemos que tenemos que emprender enseguida el descenso.
La segunda parte de la vida sería como bajar la montaña. La dificultad ahora no es la pendiente cuesta arriba, sino el vértigo cuesta abajo. Más que fuerza, precisamos prudencia. Antes en nuestro horizonte había un punto concreto, ahora es todo un valle lo que llena nuestra vista, nos dirigimos a la llanura en la que divisamos un río que busca el mar. Son paisajes muy distintos el del ascenso y el del descenso, pero no sabría decir cual de los dos es más bello. Atardece, el sol se está poniendo cuando acabamos la bajada. Nos queda un corto trecho, muy llano hasta la casa de la que partimos al alba. Llegamos de noche, muy cansados, nos apetece sentarnos ante la hoguera y comentar la jornada. Pronto llega el sueño, los ojos ya no aguantan abiertos. No es cuestión de resistirse tomando café a deshoras. Lo mejor es irse a la cama, volver al lecho, y tumbarnos serenamente, y esperar... Así quizás sea la muerte, como dormirnos, y quizás soñar, y quizás volver a despertar.
Ojalá tengas buen ascenso y mejor descenso. Ojalá que duermas plácidamente como duermen los niños que se saben queridos y amparados. Ojalá que soñemos sueños y no pesadillas. Ojalá que tengamos buen Despertar.

08 enero 2007

Ser humilde

Hoy me propongo escribir algo sobre el antídoto del orgullo y de la arrogancia: la humildad.
La humildad es una virtud humilde. A todos nos gustaría poseer otras virtudes como la valentía, la prudencia, la tolerancia y otras muchas, pero no reparamos en desear humildad. Ser humildes no se lleva, ni ahora ni nunca. Incluso ha sido explícitamente denostada por algunos filósofos como Nietzsche, que la tildaba de virtud de los esclavos y el mismo Kant decía, refiriéndose a ella, que el que se transforma en gusano no debe quejarse si lo pisan. No debemos confundir humildad con debilidad, toda virtud es fuerza. A mí que no ando muy falto de ella (y esto no es falsa humildad), me orgullece tenerla porque prefiero la sencilla humildad del hombre bueno que la arrogancia del prepotente.

La persona que la posee de nada se vanagloria, ni siquiera de la propia humildad porque si dijera "¡qué humilde soy!" estaría paradójicamente negando lo que afirma. El humilde es consciente de sus límites y se sabe incompleto. Además es la virtud que nos aleja del narcisismo, todo un trastorno en cualquier personalidad. Dicen que toda virtud está en el término medio, quizás sea mejor la imagen de que toda virtud es una cima entre dos valles que serían sus extremos. Así, la ausencia de humildad sería el orgullo vanidoso mientras que el exceso de humildad sería la indignidad, el considerarse despreciable, menospreciarse y carecer de compasión hacia sí mismo.

En términos coloquiales creo que el que carece de humildad por completo es un chulo. Alejémonos de ese personaje y crezcamos en humildad, lleguemos al fondo de nuestra pequeñez, de nuestra nada porque es ahí donde está todo.

05 enero 2007

Carta a Sus Majestades los Reyes Magos

Queridos Reyes Magos:
Este año no quiero pediros que me traigáis nada, sólo quiero pediros que no me quitéis lo que tengo: mi familia, mis amigos, mis seres queridos, sin los cuales la vida estaría apagada, como el más triste fogón de una cocina sin alma o un hogar sin libros. No me quitéis el calor del cariño, del amor, de la pasión por la vida, no me quitéis a aquellos con los que comparto día a día todas estas emociones, con quienes río y lloro, trabajo y descanso, con quienes discuto, para luego reconciliarme en un estrecho abrazo. No me quitéis la risa, ingrediente esencial de la vida, la capacidad de reírme de mí mismo y de conseguir transformar una situación tensa en divertida, y a las personas que me han ayudado a lograrlo. No me quitéis el placer de hacer regalos, que es casi mayor que el de recibirlos, el placer de pensar en una persona querida mientras compro o preparo con amor un regalo para ella. No me quitéis la sensibilidad ante el dolor, la capacidad para compartir los momentos difíciles de los demás, escuchando simplemente, sin necesidad de dar consejos. No me quitéis a los niños, no me quitéis su mirada limpia llena de curiosidad, su candidez, su ilusión por todo lo que les rodea. No me quitéis esos ratos maravillosos ante una buena taza de té, esos desayunos compartidos, esas charlas en familia o con amigos, compartiendo la vida, con todo lo bueno y todo lo malo. No me quitéis la ilusión de seguir aprendiendo, admitiendo y corrigiendo mis errores y acumulando experiencia. No me quitéis los amaneceres brumosos, las cálidas puestas de sol y las noches estrelladas, la paz del campo, el bullicio de los días de fiesta y la quietud del hogar en días tranquilos. No me quitéis la visita de amigos lejanos, sus cartas, sus emails, sus mensajes, sus recuerdos. Algunos de estos amigos han llegado a mi vida a través de la fría pantalla del ordenador, que ha servido de puente para descubrir muchos sentimientos afines, gracias a la psicología. Así, he tenido el placer de conocer a Angel, a Ana Dueñas, a A.B. Torres y a otros tantos, de colaborar en esta web, he conocido a algunos de los amigos del foro, y también he tenido la oportunidad de volver a contactar con Sandri Arjandas con quien he compartido interesantes opiniones. Ellos, y muchos otros más, algunos todavía "virtuales", se encuentran ahora entre mis mejores amigos.
Eso es todo, Mis Queridos Reyes Magos. Muchas Gracias.

02 enero 2007

Queridos Reyes Magos;

Cuando sentimos que algo grande nos va a llegar contamos los días que faltan; la cuenta atrás suele ser mayor cuanto mejor es lo que esperamos. Esa espera inquieta de algo que amamos es la ilusión. La ilusión transforma la espera en esperanza. El ser humano tiene algunas necesidades sin las cuales se hace difícil su vida, una de ellas es tener ilusiones. De hecho cuando los pacientes deprimidos intentan describir su estado de ánimo, la expresión más utilizada es la de "no tengo ilusión por nada". Por el contrario, cuando una persona está radiante de felicidad solemos decir que está muy ilusionada.
Curiosamente, la misma palabra, ilusión, significa engaño, irrealidad. Ocurre entonces que los sentidos o la imaginación nos juegan una mala pasada y nos llevan al error. Incluso podemos utilizar como casi un insulto la palabra iluso, equivale a decir que alguien es fácilmente engañable y que cualquiera "se queda" con él. Así es el pobre Don Quijote para sus cuerdos amigos, empeñados en que abandone la locura y vuelva a la realidad. Quien haya captado la esencia del Quijote siente una cierta tristeza cada vez que sacan al hidalgo caballero de su locura. Y no es que la locura sea bella, soy psicólogo y por lo tanto no tengo una imagen romántica de la locura, pero hay cuerdos demasiado cuerdos. No sólo de razón vive el psiquismo del hombre, precisa también de imaginación, de fantasía, de magia, de ilusión, de un toque de locura.
Los niños, esos locos pequeñitos, creen en los Reyes Magos y la mayoría de los padres alimentamos y protegemos esa creencia. Algo nos dice que es bueno para ellos. Instintivamente advertimos que para su felicidad se precisa la ilusión y la inocencia. Algunos adultos, en mi opinión demasiado racionales y sesudos, piensan que no es sano engañar a los niños, que hay que ser realistas y no fomentar su ingenuidad. Yo creo, sin embargo, que a los adultos nos conviene mantener una parte de niñez, donde siempre habite la ilusión. Es bueno que existan los Reyes Magos y si no existieran habría que inventarlos.